viernes, 23 de mayo de 2008

De la visita de mister Johnson al señor Marqués

Los días posteriores de la visita a la minera, el doctor y cardenal fueron inubicables, aunque muchos aseguraban haberlos visto en diferentes comercios, comprando ropa, trajes nuevos, autos, comiendo en los mejores restaurantes, acompañados por jóvenes y bellas mujeres.

Al tercer día el doctor de la Concha fue echado de su casa por su esposa y sus dos hijas; se le encontró durmiendo la curda, sin zapatos, en una banca del parque. Mientras que el cardenal protagonizó un escándalo de proporciones mayores cuando a las doce de la noche subió al campanario de la catedral en cueros, alcoholizado y drogado y puso a la negra Berta de rodillas a mamarle la verga mientras el daba de campanazos. Las monjitas sor Rita y sor Rasa furiosas (presas de los celos según las malas lenguas) echaron a la negra a patadas y cerraron las puertas de la catedral desde ese viernes hasta el lunes, por lo que el pueblo perdió la oportunidad de ver al cardenal curándose la resaca con el vinito de la misa dominical y dándoles el clásico sermón de quince minutos.


El doctor aprovechó el fin de semana para reconciliarse con su mujer, comprándole ropa y llevándola a comer a los mejores restaurantes, mientras el cardenal hacía lo propio a puertas cerradas con el recato que corresponde a alguien de su santa posición.

El día lunes el anuncio de que llegaba el Rey a visitar el marquesado puso a todo el mundo alborotado. Esa mañana, el cardenal y el doctor al fin hicieron acto de presencia ante el marqués quien los esperaba furioso en su estancia.

-Sr. Marqués ante todo permítame disculparnos por no haber venido inmediatamente a visitarlo luego de la reunión con el directorio de la minera pero parece que algo de los que nos invitaron a comer, con muy buena voluntad eso sí, nos cayó mal y hemos estado toda esta semana presos de una infección estomacal que a las justas nos dejaba caminar para ir al baño- dijo el doctor.
-Así es querido primo, todo lo que dice el doctor es cierto-
-Ah ¿si? ¿y qué noticias me tienen del informe que les encomendé?- preguntó el marqués tratando de disimular la cólera que le estrujaba los huesos de la mano.
-Nada, sr. Marqués, la gente de la mina les dio todos los equipos necesarios para evitar que se contaminasen, incluso llegaron a demoler casas para quitar todos los residuos de mercurio y les construyeron casas nuevas luego-
-¿Y las enfermedades?-
-Todo es sugestión primo, están sugestionados, es como en los casos de posesión. Todo esta en sus cabezas-
-¿Podrían jurar esto que me dicen?-
-Le doy mi palabra sr. Marqués-
-Te lo juro por dios primo-
-¡Ateo de mierda ¿cómo vas a jurar por dios?! ¡Hijos de puta! ¡¿Creen que soy imbécil?! El doctor que vino me mandó copia de su informe, yo mismo fui a ver a la gente muriendo, las casas destruidas, porque eso si hicieron, para recuperar su mercurio, pero no construyeron nada. ¿Cómo pueden ponerse de parte de esos miserables?-
-Primo, cálmate, esto es más grande que nosotros, es gente de mucho poder, no podemos hacer nada contra ellos-
-¿Qué no podemos? Ahora que venga el Rey vamos a ver si podemos o no. Como perros los vamos a echar de aquí. ¡Claro que van a pagar por lo que han hecho! ¡Esto no se queda así carajo! ¡No señor!-

El cardenal y el doctor se miraron, quisieron decir algo pero el marqués los interrumpió:
-Lárguense, en la tarde nos veremos en el recibimiento que le vamos a hacer al Rey- Luego se marcharon sin decir palabra.

Mister Johnson apareció al mediodía con su chofer en un automóvil, seguido por otro chofer en un auto nuevo, una maravilla nunca vista antes en el marquesado. Brillaba como el oro y el techo se recogía permitiendo sentir el fresco durante el día y observar el cielo lánguido y estrellado durante la noche. Se presentó en la residencia del marqués y este lo recibió en la sala principal. Mister Johnson puso un maletín sobre la mesa central, lo abrió, estaba reventando de dólares y encima de ellos las llaves del auto.

-Sr. Marqués, esto es un obsequio de mi compañía por las facilidades que no han dado para trabajar aquí y permitir que el desarrollo empiece a manifestarse en esta ciudad-
El marqués cogió un fajo de billetes, lo miró y dijo:
-Mire bien este dinero mister Johnson ¿puede ver? ¿puede verlo bien?-
-No entiendo ¿a que se refiere señor Marqués?-
-¿No ve la sangre escurriéndose? ¿Cree usted que yo podría tomar estos billetes? Todos tenemos un precio mister Johnson y yo también. Pero hay algo que no tiene precio y eso es la vida de un ser humano inocente. No puedo avalar la muerte de mi gente, de mis niños, ni por todo el oro del mundo-

El marqués bajo la mirada y quedo en silencio unos segundos. Mister Johnson no intento decir nada. Luego prosiguió:
-Ahora le mostraré algo que si puede ver ¿Ve esa escopeta en la esquina? Esta cargada y tengo muy buena puntería. Le doy diez segundos para que se marche de aquí con su dinero y su auto y toda la porquería que exudan sus poros antes de que haga justicia con mis propias manos-

Mister Johnson caminó presuroso tratando de mantener toda la dignidad posible mientas el marqués iniciaba la cuenta en voz alta. Pero cuando escuchó ¡siete!, se descompuso todo y huyó “como alma que lleva el diablo”.

Tomás, el mayordomo, que atisbaba detrás de la puerta que da a la cocina preguntó a Consuelo, la cocinera, si el señor Marqués tenía hijos en Apisho.
-Quién sabe Tomás, ese hombre tiene hijos por todos lados-.

1 comentario:

. dijo...

podría enamorarme del Marqués...

otro beso
claudia

pd. las monjitas me recordaron un tiempo en que yo rezaba tanto, que solían llamarme Sor Raimunda ;)

más besos :)