martes, 20 de mayo de 2008

La Minera Progreso


El diablo pasea feliz entre las piedras, el oro, la plata, los minerales preciosos. Sabedor de que el hombre fácilmente sucumbe a sus encantos. Puede comprar sus almas como quien compra el pan. Lo hace rebajarse, reduciéndolo a una extensión salvaje e inescrupulosa de sus deseos. El hombre, esclavo así de la avaricia, solo piensa como aumentar su riqueza, sin consideración de lo que aplaste y aniquile en el camino.

Fue por esto que miles de indios fueron aniquilados trabajando en las minas, como bestias de carga, maquinas desechables, se moría uno y se reponía por otro. ¿Necesitaba la máquina combustible? ¡Denles coca! Que se olviden del hambre, que se olviden de todo.

Ese mismo espíritu, esa misma filosofía inyectada por el diablo, sigue vivo en los propietarios y administradores de las minas. Sus ganancias son extraordinarias, pero sus almas poseídas quieren lucrar más, reducir los costos diabólicamente, aunque de esta manera sean exterminadas familias enteras y arrasen con su hábitat y el medio ambiente.

El mismo diablo danza aún sobre estas riquezas ensangrentadas. Sus patas de macho cabrío salpican la sangre con algarabía, se retuerce a carcajadas como un marrano sobre el barro mientras las agonizantes víctimas expiran olvidadas de la ley, de la justicia ciega e inútil, vendida, comprada con pepitas de oro, barriles de petróleo, plata y níquel.

El doctor de la Concha fue en comitiva extraordinaria acompañado por el cardenal para atender las denuncias de los habitantes del pequeño pueblo de Apisho situado en los límites del marquesado que colindan con la sierra. Referían ellos que un camión cargado con mercurio de la Minera Progreso, se volcó a la salida del pueblo. Representantes de la minera se acercaron entonces y estableciendo contacto con ellos los contrataron para recoger el mercurio. Los buenos muchachos de la minera concluyeron que no era necesario dotarlos de herramientas ni equipo especial para esta tarea. Por supuesto, si estos indios tienen manos ¿no? ¿Para qué informarles de la alta toxicidad de este elemento? Esos son gastos de logística que no tenemos por que asumir, por eso les pagamos.

Seis meses después los pobladores de Apisho presentaban multitud de graves síntomas; se desmayaban, les salían manchas en el cuerpo, calambres, dolores constantes de cabeza, les ardían los ojos, algunos iban perdiendo movilidad y se debilitaban hasta morir.

Todo esto observaron el doctor y el cardenal, desconcertados. Vieron al doctor llegado de los Estados Unidos especialmente para ayudar en este caso, lo vieron llorar cuando no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. En mi país o en Europa cuando en una casa se rompe un termómetro la evacúan y aquí pasa esto. God damned sons of bitches!

Luego lo condujeron al aeropuerto, el doctor de la concha le aseguró que esto no se quedaría así, que le daba su palabra de hombre de ley que los culpables tendrían que pagar por este crimen e inclusive lo acompaño con unas lágrimas, mientras le daba unas consoladoras palmaditas en la espalda.

Se dirigieron entonces a la Minera Progreso con toda la documentación que habían podido reunir. Mister Jonson los recibió con todas las atenciones. Tuvieron una reunión intensa con los miembros del directorio que se encontraban en el marquesado. Reunión que se prolongó desde las cinco de la tarde hasta las tres de la mañana y de la cual salieron ebrios como una cuba y oliendo al sexo de las buenas putas que acostumbraban amenizar las reuniones de directorio de la Minera Progreso.

Dicen algunos campesinos que los vieron pasar por el desolado camino que lleva a la ciudad, que alguien mas iba con ellos, cantando, abrazado en medio de ellos; y juran que este personaje parecía tener patas de cabra.

1 comentario:

. dijo...

sólo algunas religiones, hacen creer que ese personaje es maligno
yo creo, que no es tan oscuro como parece ;)

me atrapa esta historia
te veo más arriba :)

un beso
claudia