viernes, 23 de mayo de 2008

De la visita de mister Johnson al señor Marqués

Los días posteriores de la visita a la minera, el doctor y cardenal fueron inubicables, aunque muchos aseguraban haberlos visto en diferentes comercios, comprando ropa, trajes nuevos, autos, comiendo en los mejores restaurantes, acompañados por jóvenes y bellas mujeres.

Al tercer día el doctor de la Concha fue echado de su casa por su esposa y sus dos hijas; se le encontró durmiendo la curda, sin zapatos, en una banca del parque. Mientras que el cardenal protagonizó un escándalo de proporciones mayores cuando a las doce de la noche subió al campanario de la catedral en cueros, alcoholizado y drogado y puso a la negra Berta de rodillas a mamarle la verga mientras el daba de campanazos. Las monjitas sor Rita y sor Rasa furiosas (presas de los celos según las malas lenguas) echaron a la negra a patadas y cerraron las puertas de la catedral desde ese viernes hasta el lunes, por lo que el pueblo perdió la oportunidad de ver al cardenal curándose la resaca con el vinito de la misa dominical y dándoles el clásico sermón de quince minutos.


El doctor aprovechó el fin de semana para reconciliarse con su mujer, comprándole ropa y llevándola a comer a los mejores restaurantes, mientras el cardenal hacía lo propio a puertas cerradas con el recato que corresponde a alguien de su santa posición.

El día lunes el anuncio de que llegaba el Rey a visitar el marquesado puso a todo el mundo alborotado. Esa mañana, el cardenal y el doctor al fin hicieron acto de presencia ante el marqués quien los esperaba furioso en su estancia.

-Sr. Marqués ante todo permítame disculparnos por no haber venido inmediatamente a visitarlo luego de la reunión con el directorio de la minera pero parece que algo de los que nos invitaron a comer, con muy buena voluntad eso sí, nos cayó mal y hemos estado toda esta semana presos de una infección estomacal que a las justas nos dejaba caminar para ir al baño- dijo el doctor.
-Así es querido primo, todo lo que dice el doctor es cierto-
-Ah ¿si? ¿y qué noticias me tienen del informe que les encomendé?- preguntó el marqués tratando de disimular la cólera que le estrujaba los huesos de la mano.
-Nada, sr. Marqués, la gente de la mina les dio todos los equipos necesarios para evitar que se contaminasen, incluso llegaron a demoler casas para quitar todos los residuos de mercurio y les construyeron casas nuevas luego-
-¿Y las enfermedades?-
-Todo es sugestión primo, están sugestionados, es como en los casos de posesión. Todo esta en sus cabezas-
-¿Podrían jurar esto que me dicen?-
-Le doy mi palabra sr. Marqués-
-Te lo juro por dios primo-
-¡Ateo de mierda ¿cómo vas a jurar por dios?! ¡Hijos de puta! ¡¿Creen que soy imbécil?! El doctor que vino me mandó copia de su informe, yo mismo fui a ver a la gente muriendo, las casas destruidas, porque eso si hicieron, para recuperar su mercurio, pero no construyeron nada. ¿Cómo pueden ponerse de parte de esos miserables?-
-Primo, cálmate, esto es más grande que nosotros, es gente de mucho poder, no podemos hacer nada contra ellos-
-¿Qué no podemos? Ahora que venga el Rey vamos a ver si podemos o no. Como perros los vamos a echar de aquí. ¡Claro que van a pagar por lo que han hecho! ¡Esto no se queda así carajo! ¡No señor!-

El cardenal y el doctor se miraron, quisieron decir algo pero el marqués los interrumpió:
-Lárguense, en la tarde nos veremos en el recibimiento que le vamos a hacer al Rey- Luego se marcharon sin decir palabra.

Mister Johnson apareció al mediodía con su chofer en un automóvil, seguido por otro chofer en un auto nuevo, una maravilla nunca vista antes en el marquesado. Brillaba como el oro y el techo se recogía permitiendo sentir el fresco durante el día y observar el cielo lánguido y estrellado durante la noche. Se presentó en la residencia del marqués y este lo recibió en la sala principal. Mister Johnson puso un maletín sobre la mesa central, lo abrió, estaba reventando de dólares y encima de ellos las llaves del auto.

-Sr. Marqués, esto es un obsequio de mi compañía por las facilidades que no han dado para trabajar aquí y permitir que el desarrollo empiece a manifestarse en esta ciudad-
El marqués cogió un fajo de billetes, lo miró y dijo:
-Mire bien este dinero mister Johnson ¿puede ver? ¿puede verlo bien?-
-No entiendo ¿a que se refiere señor Marqués?-
-¿No ve la sangre escurriéndose? ¿Cree usted que yo podría tomar estos billetes? Todos tenemos un precio mister Johnson y yo también. Pero hay algo que no tiene precio y eso es la vida de un ser humano inocente. No puedo avalar la muerte de mi gente, de mis niños, ni por todo el oro del mundo-

El marqués bajo la mirada y quedo en silencio unos segundos. Mister Johnson no intento decir nada. Luego prosiguió:
-Ahora le mostraré algo que si puede ver ¿Ve esa escopeta en la esquina? Esta cargada y tengo muy buena puntería. Le doy diez segundos para que se marche de aquí con su dinero y su auto y toda la porquería que exudan sus poros antes de que haga justicia con mis propias manos-

Mister Johnson caminó presuroso tratando de mantener toda la dignidad posible mientas el marqués iniciaba la cuenta en voz alta. Pero cuando escuchó ¡siete!, se descompuso todo y huyó “como alma que lleva el diablo”.

Tomás, el mayordomo, que atisbaba detrás de la puerta que da a la cocina preguntó a Consuelo, la cocinera, si el señor Marqués tenía hijos en Apisho.
-Quién sabe Tomás, ese hombre tiene hijos por todos lados-.

martes, 20 de mayo de 2008

La Minera Progreso


El diablo pasea feliz entre las piedras, el oro, la plata, los minerales preciosos. Sabedor de que el hombre fácilmente sucumbe a sus encantos. Puede comprar sus almas como quien compra el pan. Lo hace rebajarse, reduciéndolo a una extensión salvaje e inescrupulosa de sus deseos. El hombre, esclavo así de la avaricia, solo piensa como aumentar su riqueza, sin consideración de lo que aplaste y aniquile en el camino.

Fue por esto que miles de indios fueron aniquilados trabajando en las minas, como bestias de carga, maquinas desechables, se moría uno y se reponía por otro. ¿Necesitaba la máquina combustible? ¡Denles coca! Que se olviden del hambre, que se olviden de todo.

Ese mismo espíritu, esa misma filosofía inyectada por el diablo, sigue vivo en los propietarios y administradores de las minas. Sus ganancias son extraordinarias, pero sus almas poseídas quieren lucrar más, reducir los costos diabólicamente, aunque de esta manera sean exterminadas familias enteras y arrasen con su hábitat y el medio ambiente.

El mismo diablo danza aún sobre estas riquezas ensangrentadas. Sus patas de macho cabrío salpican la sangre con algarabía, se retuerce a carcajadas como un marrano sobre el barro mientras las agonizantes víctimas expiran olvidadas de la ley, de la justicia ciega e inútil, vendida, comprada con pepitas de oro, barriles de petróleo, plata y níquel.

El doctor de la Concha fue en comitiva extraordinaria acompañado por el cardenal para atender las denuncias de los habitantes del pequeño pueblo de Apisho situado en los límites del marquesado que colindan con la sierra. Referían ellos que un camión cargado con mercurio de la Minera Progreso, se volcó a la salida del pueblo. Representantes de la minera se acercaron entonces y estableciendo contacto con ellos los contrataron para recoger el mercurio. Los buenos muchachos de la minera concluyeron que no era necesario dotarlos de herramientas ni equipo especial para esta tarea. Por supuesto, si estos indios tienen manos ¿no? ¿Para qué informarles de la alta toxicidad de este elemento? Esos son gastos de logística que no tenemos por que asumir, por eso les pagamos.

Seis meses después los pobladores de Apisho presentaban multitud de graves síntomas; se desmayaban, les salían manchas en el cuerpo, calambres, dolores constantes de cabeza, les ardían los ojos, algunos iban perdiendo movilidad y se debilitaban hasta morir.

Todo esto observaron el doctor y el cardenal, desconcertados. Vieron al doctor llegado de los Estados Unidos especialmente para ayudar en este caso, lo vieron llorar cuando no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. En mi país o en Europa cuando en una casa se rompe un termómetro la evacúan y aquí pasa esto. God damned sons of bitches!

Luego lo condujeron al aeropuerto, el doctor de la concha le aseguró que esto no se quedaría así, que le daba su palabra de hombre de ley que los culpables tendrían que pagar por este crimen e inclusive lo acompaño con unas lágrimas, mientras le daba unas consoladoras palmaditas en la espalda.

Se dirigieron entonces a la Minera Progreso con toda la documentación que habían podido reunir. Mister Jonson los recibió con todas las atenciones. Tuvieron una reunión intensa con los miembros del directorio que se encontraban en el marquesado. Reunión que se prolongó desde las cinco de la tarde hasta las tres de la mañana y de la cual salieron ebrios como una cuba y oliendo al sexo de las buenas putas que acostumbraban amenizar las reuniones de directorio de la Minera Progreso.

Dicen algunos campesinos que los vieron pasar por el desolado camino que lleva a la ciudad, que alguien mas iba con ellos, cantando, abrazado en medio de ellos; y juran que este personaje parecía tener patas de cabra.

lunes, 7 de abril de 2008

De como el marqués, el cardenal y el doctor de la concha enfrentaron de la manera más pertinente un caso de violación en el marquesado.

La noticia corrió como reguero de pólvora. El pueblo despertó con la noticia. Un salvaje e insano animal había secuestrado, violado y estrangulado a una pobre niña de nueve años, vecina de su mismo edificio. Sucedió que yendo la inocente criatura por la escalera a buscar a una amiga suya situada en un piso inferior, fue raptada por la bestia y llevada a su departamento para cometer lo que su retorcida mente le ordenaba.

Vino a buscarme un emisario de la policía. Recién me levantaba, cargándome una mediana resaca de la noche anterior. Me contó con lujo de detalles lo acontecido y me informó también que el miserable se había entregado por su cuenta ante el acoso de los vecinos que estaban en vilo, buscando a la niña sin cesar. Había acudido la policía a su domicilio y encontrado a la infante, muerta, dentro de una maleta. Me dio noticia también del informe del médico legista. Justo en ese momento me avisa uno de mis empleados que están los padres de la niña en la puerta, solicitando justicia.

Salí a ver que sucedía y me encontré de cara con el dolor y la indignación. Yo que también tengo una hija, sentí que se me removía el corazón de piedra y a duras penas pude contener la onceava lágrima que ya amenazaba delatadora de mi debilidad. El padre me decía que el no creía en la pena de muerte pero quería tener la certeza de que encerrarían por siempre a esa porquería.

- Tenga usted mi palabra que esas manos nunca volverán a posarse sobre niño alguno- le aseguré.

Acto seguido los despedí he hice llamar a mi primo el cardenal y a mi abogado, el eminente doctor José Antonio de la Concha, para ir juntos a visitar al criminal. El cardenal llegó pronto y aunque era conocida la impuntualidad del doctor de la Concha, este también arribó a los pocos minutos.

-Vamos a ver a ese hijo de mil putas- dijo el cardenal.
-Vamos- respondimos el doctor y yo.

Llegando a la comisaría, salió presto el sr. Comisario a darnos el encuentro.
-Señor Marqués, su Eminencia, Doctor ¿en que los puedo servir?-
-¿Dónde está ese hijo de su grandísima puta madre?- increpó el cardenal.

El comisario nos miraba desconcertado, no sé si por el elevado lenguaje de mi primo o porque desconocía de que hijo de puta estábamos hablando.
-¡El violador! ¡Hombre!- le aclaré.

Una vez que comprendió nos condujo a un pequeño recinto donde pudimos ver al desgraciado comiendo unas galletas tranquilamente mientras era interrogado por un par de oficiales. Al vernos se pusieron de pie inmediatamente y nos saludaron. Ordené que se retiraran y quedamos sólo el comisario, mis acompañantes, yo y el tipejo ese.

-Empieza a rezar porque se te acaba la vida abusador- amenacé. El monstruo se aterró y se dirigió a mi primo:
-Piedad, señor Cardenal, piedad…-
El cardenal no pronunció palabra, sólo se limito a encajarle una furibunda patada en los testículos y luego, en su insigne habla pronunció:

-¡A colgarle de las bolas!-

A continuación se sacó la soga que a manera del cordón que usan los prelados, se había sujetado a la cadera dándole varias vueltas y con nuestra ayuda desnudo al infeliz para luego sujetarle la criadilla junto con el pene, jalándolos con fuerza y haciendo un firme nudo a su alrededor con la cuerda. Tuvo a bien sacarle una de las medias para introducírsela en la boca, logrando mantenerla ahí con la ayuda de una cinta adhesiva que el comisario gentilmente nos brindó, debido a que sus gritos comenzaban a incordiar nuestros delicados oídos.

El comisario lanzó la cuerda haciéndola pasar por sobre una viga que sostenía el techo del recinto y juntos empezamos la ardua tarea de vencer el peso gravitacional del enfermo, quien era el que menos colaboraba, retorciéndose y gesticulando a más no poder, maniatado en sus cuatro patas como un ternero.

Una vez que lo tuvimos suspendido, envíe al comisario a conseguirnos: ron, coca cola y hielo, para refrescarnos de la agotadora faena.

Ya con unas cuantas dosis de cubas libres encima, pendientes siempre del depravado. El cardenal en inusual ataque de bondad y apelando a la caridad que distinguía a San Agustín, tuvo la gentil idea de introducirle un palo por el culo al pobre tipo, que posado sobre el suelo y a manera de apoyo aliviara un poco la tensión que jalaba de sus genitales. Aunque la idea era buena, no era fácil que en la posición en que se encontraba el reo pudiese apoyarse debidamente en el palo, por lo que solo funcionó en parte. De todos modos, la maniobra sirvió para distracción de los presentes. Menos para uno, claro está.

-La intención es lo que cuenta- dijo el cardenal salomónicamente y procedió a servirse un poco más de ron sobre los trozos de agua congelada.

Procedimos entonces, con la serenidad que nos proporcionaba el licor, a dilucidar sobre la suerte del monstruo. Pensamos en el despellejamiento, pero nos vimos imposibilitados por la dificultad del procedimiento y la resistencia del doctor de la Concha que apelaba a los derechos humanos. Sugerí también en cortarle el miembro y hacérselo comer guisado, después de mantenerlo varios días privado de alimento, para luego amputarle manos y pies (facilitando así el cumplimiento de la promesa dada al padre de la menor) y repetir el nutritivo castigo, pero nuestros múltiples vicios y obligaciones nos imposibilitaban de supervisar adecuadamente la condena, contando también que el tedio podría apoderarse de nosotros si esto tomaba los días que habíamos calculado. Todo esto obviando la férrea oposición del doctor de la Concha y su discursillo sobre los derechos humanos.

-Creo que lo más saludable es enviarlo a cumplir condena de por vida al Islote del Diablo- dijo el cardenal.
-Eso atenta contra los derechos humanos- reclamó el doctor.
-¡Me cago en los derechos humanos!- respondió el cardenal, visiblemente irritado.
-Calma, señores, calma- atenuó el comisario.
-En cualquier momento van a descubrir lo que sucede con los que van a la isla y nos vamos a joder todos- prosiguió el doctor.
-No creo que eso suceda doctor. Nosotros somos los únicos que tenemos conocimiento de eso y dimos nuestra palabra que guardaríamos ese secreto- sentencié. –Creo que todos los aquí presentes somos hombres de palabra ¿no es así?-

Todos asintieron. Pero luego el doctor con sus conocidas dotes de conferenciante nos explicó que debíamos sujetarnos por prudencia a las leyes de derecho internacionales y que no podíamos aislarnos de ellas para cometer una barbarie. El cardenal entonces hablo con el conocimiento teológico que como autoridad religiosa le correspondía:

-Miren señores, les voy a leer lo que dice la Biblia- extrajo entonces un librejo sucio y viejo al que le faltaban algunas hojas.

Al darse cuenta que mirábamos extrañados la falta de documentos, explicó:

-Sólo armo porritos con las hojas del antiguo testamento- luego siguió buscando hasta que encontró este pasaje:

- Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Marcos 9:42- cerró su Biblia o lo que quedaba de ella y prosiguió -Como ven señores, es en este único pasaje de la Biblia, en que Jesús motivado por el supuesto de que alguien atentase contra la inocencia de un niño, es presa de la ira a pesar de su divinidad y sugiere entonces la pena de muerte. Repito: “más le valdría que le atasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al mar”. Esto significa que al hacer esto y haciéndole padecer del martirio del ahogamiento estamos aliviándole en cierta medida el castigo divino que le espera y cometiendo más que un acto de barbarie, uno de caridad. ¡Es palabra de Dios!- concluyó.
- Pero los derechos humanos…- quiso replicar el doctor.
-¡La ley de Dios esta encima de las leyes de los hombres! ¡He dicho carajo!-
-Que decida el marqués- sentenció el señor comisario.

Todos me miraron, expectantes.

-Creo yo que lo expuesto por el señor cardenal es irrefutable y haríamos mal en contravenir la ley divina. Por tanto, condeno al acusado a cumplir condena de por vida en el Islote del Diablo-

El cardenal alzó su vaso, saludando mi sentencia, el doctor de la Concha puso rostro contrariado, mientras el comisario sonreía quizás pensando en el placer que le producían los paseos en bote.

-Doctor vaya redactando el documento correspondiente, aquí tiene usted para sus gastos- y le alcancé una pequeña bolsa con el doble de valor que la última vez. Esto fue suficiente para que su rostro se tornase con una complaciente sonrisa, y feliz y presuroso saliese a cumplir con su oficio.

EL ISLOTE DEL DIABLO


El Islote del Diablo es una pequeña isla situada a unos diez kilómetros de la costa y donde se ha construido una pequeña instalación provista de unas veinte celdas provistas todas de televisores, friobar e instalaciones sanitarias con agua fría y caliente. Generalmente, los que son condenados al Islote del Diablo son parientes y amigos que como suele suceder, de vez en cuando cometen algún pequeño delito o alguno quizá un poco mayor, hechos que levantan la ira del pueblo y que ¡como no! son merecedores de un castigo ejemplar.

Los allí confinados no pueden recibir visitas de ningún pariente, salvo putas y travestis (a veces pasa) que dan algún consuelo cristiano a sus penitentes espíritus. Esto por supuesto no es de conocimiento público y es secreto guardado celosamente bajo siete llaves y pena de muerte (también secreta) a quién se atreviese a comentarlo.

En el Marquesado de Los Palotes no existe la pena de muerte (no oficialmente), salvo una tácita excepción instituida desde los tiempos de la colonia y que figura en un libro de deberes y obligaciones que recibe cada marqués de los Palotes al tomar la regencia del marquesado. Y que textualmente dice así:

“Al facedor de crimen y/o abusamiento sexual de infante se le condenará al despellejamiento, se le verterá luego jugo de limón en sus carnes a la manera que hacen los indios con el pescado. Se le cortarán los genitales desde la raíz, teniendo particular cuidado de mantener con vida al condenado y será expuesto en la plaza mayor con estas partes introducidas en su boca para escarmiento y advertencia al pueblo. Se dejará morir por efecto de la pérdida de sangre y luego se le dará cristiana sepultura como corresponde a la fe de nuestro señor en la que hemos sido instruidos”.

Aunque estas prácticas han caído en desuso (al menos oficialmente) la pena de muerte es mantenida en los muy pocos casos en que se presentan estos crímenes. Con motivo de no crear conflictos con organismos supervisores de los derechos humanos ni con alianzas de países que pudiesen excluirnos de gollerías. Se resolvió que estos criminales fuesen confinados de por vida en el Islote del Diablo sin recibir visita de ningún familiar, y que cualquier comunicación sería por medio de un intermediario designado como Defensor del Pueblo (esto es oficialmente). La realidad es que los condenados, una vez despedidos por sus parientes y embarcados en la ruta del olvido forzoso, acompañados por el señor Comisario, el Defensor del Pueblo y el Cardenal, son arrojados al mar sujetados a un peso adecuado que permita su descanso en el fondo del mar hasta el fin de los tiempos.

El Defensor del Pueblo comienza luego con la cristiana tarea de comunicar a los parientes el estado de salud e inquietudes de los victimados, pues oficialmente (como explique anteriormente), ellos están cumpliendo sus condenas en el Islote del Diablo y gozando de la buena salud en la medida que permite una instalación carcelaria hasta llegado el día en que deciden suicidarse, victimas de la soledad y el aislamiento al que son confinados, siendo sus cuerpos arrojados al mar, luego de una respetuosa ceremonia precedida por el cardenal (según comunicado oficial). También se da el caso en que deciden escapar lanzándose al mar y nunca más se sabe de ellos, pero según las versiones oficiales ya elaboradas con anterioridad hay una gran probabilidad de que hayan perecido debido a las fuertes corrientes marinas o a los grandes peces depredadores que circulan en los alrededores de la isla.

El Defensor del Pueblo, hombre de leyes designado a dedo por el marqués vigente, puede entonces descansar de su labor, tan cercana a la metafísica y tan poco valorada por los ciudadanos que ven en él a un comechado, convenido y defensor tan sólo de los particulares intereses del Marqués.

lunes, 31 de marzo de 2008

EL CARDENAL


Me dicen hijo de puta, pero soy un hombre de Dios. Al menos es lo que insinúa este faldón que llevo con tanto relajo y que me permite tener las bolas al aire en los calurosos días de verano. También es útil para atender con más prontitud los requerimientos de mis monjitas favoritas: sor Rita y sor Rasa. Si bien es cierto que ese no es su verdadero nombre, se han ganado esos nombres a fuerza de tesón y esmero. Son las monjas más putas que he conocido en mi vida y no son pocas las que conozco (en el sentido más amplio de la palabra).

Descubrí a temprana edad lo cómoda que era la vida de los clérigos. Por supuesto que no hablo de los evangelizadores. Por mis pelotas que a esos si les tengo el mas profundo respeto. Hablo de los panzones, que como yo tenemos la oportunidad de tomar el vinito del domingo para cortar la resaca del día anterior con el más beatífico y multitudinario consentimiento.

En el colegio decidí declararme ateo. Gran motivo de causalidad fue el juicio que le hicieron al cura de mi casa escolar los padres de los ñoños mariconazos que fueron abusados con y sin su consentimiento por el degenerado pederasta. Otro gran motivo fue la oportunidad invaluable de leer “La Biblia Explicada” de Voltaire. Un tesoro que muy pocos han podido apreciar y que yo tampoco podré releer debido a que mis padres echaron al fuego el dichoso ejemplar.

La cuestión es que pasado el tiempo, me di cuenta que no podía encajar en ninguna profesión y que el trabajo realmente no era para mi. La situación económica de mis padres por otro lado no me permitía refugiarme en el rezago familiar para capear el temporal de la vida. Llegó un día crítico en que mis progenitores vendieron la casa y nos dieron dos meses a mí y a mis siete hermanos de buscar donde guarecerse después, ya que ellos comprarían un pequeño departamento donde no habría sitio para ninguno mas que ellos dos y que nosotros ni siquiera llegaríamos a conocer pues no se nos brindaría la dirección bajo ningún motivo.

En esos momentos de desesperación recordé a mi querida abuela Anita. Fue una especie de visión. Me veía en el momento de mi confirmación (el regalo de una cadena de oro por su parte bastó para que claudicara en mi ateísmo por un tiempo), saliendo vestido de blanco y con un premonitorio faldón blanco. Mi abuela caminaba al lado mío y entonces el cura se acerco a saludarnos, momento que fue aprovechado por ella para lanzarle este tremendo dardo: A ver si se hace sacerdote para que tenga comida gratis y este gordito como usted. El cura se limitó a hacer una sonrisa torcida mezclada con una mueca de desconcierto y raudamente emprendió la retirada.

Comida gratis. He ahí la respuesta. Al día siguiente me presenté al monasterio. Empezaron luego las clases de catequismo, los estudios de las sagradas escrituras, la letanía de las oraciones. El aburrimiento era feroz y aunque a veces estuve a punto de rendirme, llegué a saborear al fin la victoria. Me ordené sacerdote con todas las de la ley. El enclaustramiento al que fui sometido comenzó a ser menos riguroso y por fin pude tener contacto con una deliciosa monjita. Debo reconocer que la sodomía fue un alivio al que tuve que recurrir para calmar mis terribles deseos sexuales, pero Jeannette (así se llamaba la bendita) me supo redimir y encausar debidamente.

Ahora que soy cardenal, puede decirse que fornico como Dios manda. Sí señor.



El retrato es propiedad de Álvaro Delgado.

martes, 18 de marzo de 2008

El Regreso del Duque de Fumaflores

Desperté liberando una ventosidad estruendosa, seguida de un sutil perfume, que sin embargo, obligó a mi dama a abandonar el dormitorio. Me levanté presto y me dispuse a desayunar. Estando de invitados en la casa de mi primo, el duque Carlos de Fumaflores, no podía esperar menos que un suculento festín matutino a la altura de mis estruendos.

Cual no sería mi sorpresa cuando baje al comedor y encontrar a mi primo hinchado como un sapo, resoplando como un dragón y ahogándose tras cada inspiración como un pez fuera del agua. Conocida era su resistencia estoica a las malas noches, el alcohol y otras sustancias, pero parecía que esta vez estaba perdiendo la batalla. Me apuré a auxiliarlo, recomendándole ir a la clínica mas cercana, el asintió jurando que nunca más tomaría pisco sours helados.

Cogí uno de los autos que tenía arrimados por ahí y en cinco minutos ya estabamos en la Emergencia, fuimos atendidos prestamente, le practicaron una nebulización y mejoró notablemente. Ya restablecido nos dirigimos al fundo de Santa Cruz para procurarnos algún alimento. En el restaurante de una amiga de mi primo nos deleitamos con un exquisito cebiche, que mi primo pidió "para regresar". Supongo yo, que al mundo de los vivos. Lo cual hizo de una dramática manera, sudando y llorando por efecto del rocoto, que Ursula (asi se llamaba la amiga) generosamente y sin previa consulta vertió generosamente en su plato. Para ayudarlo a "regresar" me figuro.

La amiga que estaba guapísima y con un aire a Penélope Cruz me endilgaba unas miradas que como dijo mi primo "un poco más y te muerde". Por lo que me vi obligado a pedirle su teléfono para no desairarla. Prometiéndole un pronto retorno.

Ese día transcurrio sin sobresaltos, hasta que al llegar la noche vi al duque de Fumaflores abriendo las puertas de su bien provisto bar y sirviéndose una importante dosis de whisky en un vaso. Al verme me invitó a beber con él, a lo que accedí gustoso. Su vaso no tenía hielo pero el mío lo tenía de rigor. El tomaba el licor un poco pensativo hasta que incorporándose del cómodo sillón donde se encontraba, cogió unas pinzas y empezo a colocar el hielo en su whisky. Al ver que yo lo miraba con signos de admiración. Me dijo lapidariamente:

-El whisky se toma con hielo,si no, no se toma-

En fin. Árbol que nace torcido...

lunes, 17 de marzo de 2008

Perico de los Palotes


Quiero aclarar la confusión que por ignorancia supina ronda sobre mi nombre y todo debido a ese personaje proverbial: Perico el de los palotes. Según "El Tesoro de la Lengua" (1611) de Sebastián de Covarrubias, el tal Perico era: “… un bobo que tañía un tambor con dos palotes. El que se afrenta de que lo traten indecentemente suele decir: Sí, que no soy yo Perico el de los palotes”.

En el siglo XVI se llamaba así a un bobo que tocaba el tambor precediendo al pregonero, que era el que se quedaba con el sueldo y las propinas de ambos.

Este bobo con su tambor, y a veces con el cornetín, imitaba al pregonero que trataba de desembarazarse de él ante las risas de los congregados. A falta de tonto del pueblo oficial, la figura del pregonero y, más concretamente, la de Perico el de los palotes, solía utilizarse para la burla y el regocijo general.

Pues bien, la aclaración conveniente reside en un detalle del nombre, ojo aqui: este sujeto era conocido como Perico EL de los palotes (por los palos que usaba para tocar el tambor), en cambio los del solar de Los Palotes, si bien llevamos muchos el nombre de Perico (por regla general entre los primogénitos) no empleamos el reiterativo pronombre EL ni nos referimos a los palotes del tambor sino a nuestro linaje, que tiene un muy diferente orígen el cual sería de lesa humildad referir. Baste decir que la naturaleza nos proveyó de tal manera que bien podría decirse al avistar a uno de nuestros primogénitos: ahi va Perico, el del Palote.