martes, 18 de marzo de 2008

El Regreso del Duque de Fumaflores

Desperté liberando una ventosidad estruendosa, seguida de un sutil perfume, que sin embargo, obligó a mi dama a abandonar el dormitorio. Me levanté presto y me dispuse a desayunar. Estando de invitados en la casa de mi primo, el duque Carlos de Fumaflores, no podía esperar menos que un suculento festín matutino a la altura de mis estruendos.

Cual no sería mi sorpresa cuando baje al comedor y encontrar a mi primo hinchado como un sapo, resoplando como un dragón y ahogándose tras cada inspiración como un pez fuera del agua. Conocida era su resistencia estoica a las malas noches, el alcohol y otras sustancias, pero parecía que esta vez estaba perdiendo la batalla. Me apuré a auxiliarlo, recomendándole ir a la clínica mas cercana, el asintió jurando que nunca más tomaría pisco sours helados.

Cogí uno de los autos que tenía arrimados por ahí y en cinco minutos ya estabamos en la Emergencia, fuimos atendidos prestamente, le practicaron una nebulización y mejoró notablemente. Ya restablecido nos dirigimos al fundo de Santa Cruz para procurarnos algún alimento. En el restaurante de una amiga de mi primo nos deleitamos con un exquisito cebiche, que mi primo pidió "para regresar". Supongo yo, que al mundo de los vivos. Lo cual hizo de una dramática manera, sudando y llorando por efecto del rocoto, que Ursula (asi se llamaba la amiga) generosamente y sin previa consulta vertió generosamente en su plato. Para ayudarlo a "regresar" me figuro.

La amiga que estaba guapísima y con un aire a Penélope Cruz me endilgaba unas miradas que como dijo mi primo "un poco más y te muerde". Por lo que me vi obligado a pedirle su teléfono para no desairarla. Prometiéndole un pronto retorno.

Ese día transcurrio sin sobresaltos, hasta que al llegar la noche vi al duque de Fumaflores abriendo las puertas de su bien provisto bar y sirviéndose una importante dosis de whisky en un vaso. Al verme me invitó a beber con él, a lo que accedí gustoso. Su vaso no tenía hielo pero el mío lo tenía de rigor. El tomaba el licor un poco pensativo hasta que incorporándose del cómodo sillón donde se encontraba, cogió unas pinzas y empezo a colocar el hielo en su whisky. Al ver que yo lo miraba con signos de admiración. Me dijo lapidariamente:

-El whisky se toma con hielo,si no, no se toma-

En fin. Árbol que nace torcido...

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